domingo, marzo 09, 2008

Eres lo que lees

Lo leí y lo escuché. Aplausos infames ante el dolor. Aplausos infames ante la carencia, la desesperación, el abandono en todos los sentidos y formas. Aplausos infames ante el adelantado ocaso proporcionado por quienes lejos de ser dioses,estan más cerca a ser la nada misma.
Un último grito adolorido, un último suspiro y el sufrimiento acompañado de la bella humillación concluye librando al pobre ser de un destino que lejos de ser digno, fue una linda delicadeza para el nefasto hambre de un ser aún más insignificante que cualquiera que estuviera en aquella habitación de pesadilla.
Adios alma que recorrió los peores caminos, adiós ser que supo abrirse un pequeño sendero entre las hostilidades y pesadas cadenas que lejos se der desechas por pactos, enseñanzas, costumbres, siguen existiendo y cada vez son más pesadas. Adios pequeño ser, ya no le perteneces a nadie mas que a ti mismo y así las cosas deben ser.
Aplausos, halagos, felicitaciones y atenciones. El maestro de la obra aparece presediendo la funesta escena con una falsa humildad agradeciendo aquellos sangrientos y putrefactos laureles. Comienza a hablar, todos se admiran de la simple y absurda explicación a lo acabado de ocurrir, todos se conmueven ante su "tu eres lo que lees" y todos le piden que repita su gracia.
El mundo se aleja, todo se torna un mar negro de sueños y pensamientos confusos, mezclados y alguno que otro ineventado. El cielo se cierra, la tierra se torna árida y sin vida. Suenan las campanas.
-Mi lady, ¿usted me perdonaría?
-No
-Lo comprendo...
-Usted no lo comprende ni lo comprenderá nunca. Usted no es solo un maldito esclavo de su ego sinó que para saciar su hambre y no permitir que este lo carcoma a usted, usa y abusa de todo lo que hay afuera sin medir ninguna consecuencia, ninguna circunstancia. Usted disfraza de telas nobles y objetos lujosos la inaceptable ejecución de sus actos.Usted tiene miedo, usted es inseguro, usted es insignificante y no merece mi perdon ni el de nadie.
-Mi espada está sobre su cuello
-...No sea ingenuo. Apagando las luces a destiempo y cuando a usted le place no hace más que encender una hoguera, la más brillante y potente de las hogueras; Su hoguera en la que se reducirá hasta que de usted no quede nada, ni un recuerdo, ni su nombre.
Al volver en mi, ya no había nadie en la habitación. Solo una leve sombra que me miraba y se despedía con gran solemnidad, como un amigo al irse al exilio, como un hermano que sabe que nunca va a regresar. Aplaudí y vítoree su adquirida libertad, me agradeció y se escabulló por un rincón de una pared.
Decidí salir. Encontraría al genio, encontraría a aquel falso dios y los cielos volverían a abrirse, la tierra dejaría de ser árida.
Mis sentidos se agudizaron buscando su rastro, su olor, el sonido de su voz y de sus pasos. Al encontrarlo me paré frente a él. Lo miré a los ojos, la sangre hervía y todo nuevamente volvía a centrarse en él (tal como a él le gustaba).
-¿Acaso te gustaría un autógrafo?
-No
-¿Una foto tal vez?
-Tampoco
-No me hagas perder el tiempo por favor, estoy apurado.
-Yo también pero descuide que lo mio no va a tardar mucho.
Me miró con impaciencia largando un suspiro pesado y bajó la cabeza buscando un cigarrillo o simplemente mirando al suelo (mirando a su destino).
Lo embestí con fuerza contra el suelo. Me lancé sobre el con una fuerza que sobrepasaba los límites de mi físico y tal vez el de cualquiera que por allí pasara. Sentía cada gota roja ir y venir de aquí a allá por debajo de mi piel, culminando en el centro de mi ser. Tal vez yo ahora era el cazador y el cazador mi presa. Tal vez yo estaba cometiendo la misma infamia, el mismo egoismo y me vestía de noble venganza y tal vez tendría que reclamar una ovación, un desforme aplauso, un tímido halago. No, yo no quería nada de eso ni nada de nada. Yo tenía un motivo y con llevarlo a cabo me alcanzaba porque yo y solo yo sabía lo que estaba haciendo, los demás...eran tan solo los demás.
Se retorcía, chillaba, quería librarse de lo que tenía encima que bestia o persona, le causaba el mismo dolor. El nombre que recibiera no importaba, solo quería librarse de mi. De mi no se libraría, me libraría yo de él.
Le clavaba mis extraodinariamente afilados dedos en su cara deformando sus facciones, cegando aquellos ojos que habían disfrutado el paisaje de los prohibido. Desgarré la entrometida nariz que había olfateado lo ajena y arranqué una oreja (la primera que ví) que había caido en el éxtasis de la más insufrible de las sinfonías.
Los gritos, los llantos, la inexistencia de un arriba o un abajo, solo yo expandiendome y desvastando todo a mi paso como una plaga.
Mis rodillas presionaron sobre las suyas quebrándolas y sus pies evitaban moverse. Tal vez para evitar sentir más dolor o porque realmente ya no podían hacerlo ¿y qué importaba eso?
Mi mente era una sucesión de recuerdos dispersos en un remolino, ya no sabía qué era verdadero, qué era inventado y qué lo no creado aún.
Mis manos arrancaron su pelo y ablandaron su cuello, el parecía ahogarse pero no tenía que deshacerse. No todavía. Intenté destrozar la infame cavidad que se había autodeclarado como deidad. Muy débilmente y de manera casi inentendible preguntó por qué. Le grité que estaba leyendo lo que era.
Finalmente mis manos y sus estrafalarios y sobreafilados dedos se clavaron en él abriendole y desparramándole por todo lo que suponía ser el piso.
Era el piso y ahora estaba de pie. El cielo estaba calmo, nadie iba ni venía, las luces brillaban pálidamente reflejándose en lo que se había derramado.
-No pude leer nada.